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lunes, 4 de mayo de 2009

Cocomordán


Por: JOSE ENRIQUE MÉNDEZ |

Cuento

La fiesta del fuego le hizo entrar en calentura, provocó excitación involuntaria en la musculatura de su piso pélvico. El drama era de entrañas encendidas, a causa de las mordidas persistentes del cocomordán, activado por la codificación de la transpiración sexual masculina.

Como de costumbre abrió el refrigerador en búsqueda del agua helada, con la cual inundó su pandero, logrando enfriar y relajar la musculatura de la vagina que muerde.

Esto le había durado varias semanas consecutivas, más de lo acostumbrado, razón por la cual quiso visitar al confesor.

La mudez se apoderó de su garganta obstaculizándole declarar. Permanecía reclinada intentando confesar el mea culpa. Impaciente, el cura intentaba reestablecer el orden turbado por el silencio, intentaba penetrar la mirada a través del habitáculo aislado del tribunal de penitencias.

La confesión había iniciado con el procedimiento rutinario, voluntario.

-Ave María Purísima.

-...Sin pecado concebida. Bendígame padre porque he pecado.

-Mis pecados son los siguientes:

-He pecado en el cumplimiento del noveno mandamiento.

Entonces decidió no continuar.

Permaneció petrificada, ausente, ensimismada en su pensamiento. Quería mantener la actitud de guardar.

La postura asumida les permitió acercar sus rostros a través de la pequeña ventana que les separaba.

Por las hendijas del confesionario como silueta, penetró el desconcertante aroma de purificación, de limpieza exquisita y purga seductora. El recuerdo rescatado por el olor le permitió de nuevo hablar y como quien sale de un trance critico, impresionada dijo:

-Sí, padre es de nuevo este olor el que me invita a violar el noveno mandamiento

¿Olor mío dijo usted?

- Si Padre, usted lo desprende, ahora lo percibo.

Entonces fue el sacerdote quien perturbó su equilibrio nervioso.

Confundido, en búsqueda de emanaciones, el sacerdote, con atención olisqueó discretamente su sotana, cada espacio del confesionario, orientó su olfato a su entre piernas, buscando efluvios en sus genitales externos.

Solo percibió la transpiración de sudor, mezclado con el olor a rancio de la vieja sotana.

-¿Porqué no alcanzo entonces yo ese olor?

-Solo yo padre tengo la dicha, el alcance de detectar el misterioso olor secretado de los machos. Es una crónica de persecución de las huellas incesante de este olor excitante divino, placentero, tan grande que me hace dar quejidos, espasmos intensos y me provoca este deseo padresito que no puedo controlar.

Meditó sobre la imagen vehemente y apasionada del éxtasis de Teresa Sánchez Cepeda Dávila y Ahumada y el requiebro suave que pasó entre su alma y Dios y la imaginó penetrada por el dardo de oro, largo que en sus confesiones dijo sentir le llegaba a las entrañas.

Las palabras de la mujer mezclado con el recuerdo de confesión de Sor Teresa desbordaban y estropeaban la cordura del joven sacerdote y la posibilidad de ella en recibir de él la absolución de sus pecados.

-El que mira a un hombre deseándolo, ya cometió adulterio con él en su corazón y por tanto ha violado el noveno mandamiento al igual que esta conversación contrarias a la castidad, nos hace pecar en el sexto. mandamiento.

-Por favor padrecito no me condene, suplicaba la mujer contrariada, gimiendo, haciéndose los dedos. Es usted quien está secretando este olor poderoso.

-Tú comportamiento es aprendido. Esta actitud emocional es fruto de una sexualidad extrema convencional mal dirigida.

-Por Dios Padrecito, continuaba suplicando con tono cada más cercano a la psique al deseo, del incontrolable rubor, de la excitación sexual

-Compréndame.

Ya pasaban largos minutos desde el asomo de esta locura pasional en búsqueda de perdón.

Con la vista imprecisa recorrió la majestuosidad del altar mayor, como buscando ver desvanecer la realidad de este momento, la figura escandalosa que chorreaba lujurias.

Turbado, hizo esfuerzos para no escuchar la respiración de la mujer que recostada del postigo del confesionario aumentaba el ritmo de manera espeluznante y poderosa. Hizo unos 40 segundos de silencio.

-Los pecados contra la pureza, cometidos con pleno conocimiento y consentimiento, son siempre graves, debe usted orar, dejar de dar continuidad a ese absurdo pensamiento, liberarse de esta inútil forma placentera, de esta tensión impura acumulada en tú pensamiento.

Ella insistía en hacerle entender que de manera loca no podía refrenarse a vivir su sexualidad al máximo cada vez que percibía estos olores cargados con estas emociones nuevas:

Sinceramente este olor me incita al erotismo, a la lujuria, al placer, de inmediato me hace pensar realizando el sexo oral natural.

La atmósfera tornaba explosiva.

El párroco, estaba preparado para escuchar, para no dejarse turbar por diatribas en el juego del relato, pero esta vez se sentía distinto.

La hembra se agitaba gozosa dentro del confesionario, se sentía ungida en un acto sexual sagrado, manejado por el incienso puro santo, dulce, mezclado al éxtasis en procura del perdón del confesor.

El hombre que viste la túnica negra, optó por dejarla terminar, hasta alcanzar el control del Cocomordán, la sensación de orgasmo constrictor extendido, escuchándola dar de inmediato las gracias por la absolución.

Desde el confesionario, el aroma exquisito penetró como silueta escondida de manera seductora invadiendo la gran superficie de la pequeña ermita, todo el caminito que hay en su universo coherente, desde la entrada principal hasta el ábside, hasta el altar mayor, quedando todo, absolutamente todo impregnado por la metamorfosis provocada por este aroma seductor.

Desde entonces el confesor prefirió ser otro hombre con ilusiones, controlado por las refinadas, coherentes pero absurdas e inesperadas contracciones y las huellas de libertad transmitidas por este olor.

Ike, con este cuento te inscribe en una corriente renovada de la cuentística nacional por el dominio de una temática y unos personajes que por su vestimenta muchos escritores no tocan. Te inscribes al igual que Fabio Fiallo en una corriente de la producción intelectual que choca con la profanidad de cierta institución que es considerada sagrada. Luego te desarrollo el tema.

Damocles Méndez , San Cristobal

TE FELICITO.

CONTINUA CON TUS ESCRITOS, QUE ESTAS COLABORANDO A QUE SEAMOS MAS CULTOS, Y MOTIVAS A LA LECTURA.

PARA TI UN 100.

LA SUREÑITA.

LA SUREÑITA , BARAHONA

Ike, me encantó tu cuento... yo le hubiera dado otro giro al final... y trabajado un chin más los diálogos, pero eso soy yo... mientras, es soberana historia,

felicidades,

César Namnúm

César Namnúm , Santo Domingo

Hola, Ike,como te decía, me parece una muy buena idea. Sí veo la necesidad de trabajar un poco más la estructura y la forma. Felicidades!!!
Bismar Galán.

Anónimo , Santo Domingo

Tu cuento es muy bueno, excelente dominio del lenguaje y excelente construcciones. Creo, es una opinión muy subjetiva, que el final le quita un poco de intensidad. Recuerdas, un cuento debe tener un final impactante.

att:
Joel Rivera
Palabrador

Joel Rivera , San Pedro de Macorís

Ike: Me dejaste muda, excelente cuento, ya me imagino los mea culpa de muchos que aunque no visten de sotanas se sentirán aludidos... Sigue adelante... ya que son muchos los que te seguimos. Con gran cariño tu hermana del alma, Gina Medina Farias de Valenzuela

Gina Farias , San Juan

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