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sábado, 30 de agosto de 2008

Alma de guerrero

Cuento

José Enrique Méndez Díaz

Primer inning

Lacerado estaba su corazón. Sangraba profusamente de los tobillos a causa del «brete». Retorcía su cuerpo hambriento tratando en vano de liberar sus pies y manos aprisionados. Cerró con fuerza los ojos y fue total la oscuridad y el silencio. Sólo así pudo recordar las frases:

Quien hace el hoyo cae en él.”

Cuerpo que quiere azote, él mismo busca el castigo.”

Eran palabras de su padre.

A punto de estallar se aferró con dificultad a la vida. Sin arrepentirse pagaba el precio de las alas del pájaro contra el viento, sintiendo la visión sumergida en un sueño enroscado al sentido mudo de la muerte. Con pasos atemorizados atravesó la memoria y en fracciones de segundo de alucinación espectral regresó a uno de los momentos más importantes de su vida.

Primero fue el espasmo de un latido. La punzada provocada al escuchar el murmullo de palabras lejanas. Luego como rito de lluvia entre silencios, como golpes de fuete en el vientre de su madre despertándolo súbitamente de sus ensueños. Con el espanto sintió sus entrañas temblorosas. Con la ruptura del cordón empezó a salir su cuerpo. La comadrona estuvo allí. ¡Es un chico!, gritó a todo pulmón.

Escuchó entonces el trepidar, el delirio de tambores y sus cantos de gesta que como brisa fresca reconfortaban su silueta: No dejes apagar la alegría que llevamos los negros por dentro”. Insistían. “No dejes apagar esta alegría”. Eran los tambores de Shangó bautizando la epopeya de haber nacido con la fuerza inevitable de un campeón.

Segundo inning

Chico solía reunirse a escondidas con sus amigos improvisando juegos con pelotas de goma y placas de carro. Se le veía intentando conectar contra cada lance con lo cual perseguía derribar la figura metálica doblada que simbolizaba el home. Con orgullo solía entonar su canción favorita que hablaba de hazañas de amor y aromas de béisbol:

a pasto fresco me huele

la alfombra verde en el home

esparcida está en el viento

la madre de la afición

la gran fiesta quisqueyana

que le regala el béisbol…”

Había organizado junto a otros muchachos un equipo de béisbol. A escondidas salía de la escuela y se dirigía al juego. Sus padres, dominados por los presentimientos, lo querían entregado al encanto del tambor con los palos catá que coreaban sus alegrías.

Tercer inning

Invocando el ruego que domina las vertientes del bien Chico recurrió al sentido oculto de la africanía atada a sus raíces. Cerró los ojos superando la visión del límite atropellado del espacio. Desde su oído profundo percibió el umbral de una nueva era, la música celestial de aquellos tambores invitándole a complotar. Al despertar sintió recibir el signo impetuoso de un proverbio, la fuerza de un “ashé” atado a su existencia. Nada podrá interrumpir tu marcha”. “Nada provocará tu caída”. De nuevo la misma voz.

Su compañera lo recibió con un abrazo. Le preparó un baño caliente con emplastos extraídos del llantén y la sábila que ayudaban a parar la hemorragia y cicatrizar heridas. La segunda etapa del milagro se lograba con hojas y tallos frescos de zarza. Una vez más se estremecía el árbol.

Cuarto inning

Fueron los dioses quienes le permitieron construir los tambores. Ahora les pedía: poder dominar los palos del monte y el talento para golpear con ellos. Se internó a lo profundo del bosque examinando uno por uno los árboles y su misterio. Con uno de ellos inició un ritual con apego a su signo: recibiendo el madero consagrado de parte de Osaín, dios de las plantas. Osaín le habló. Abrázate al romance sagrado de golpear la bola. Chico recibió el espíritu de aquella divinidad en el bosque. El muchacho creció desafiando siglos de soledades en la memoria negra de sus recuerdos. Soñaba con bases robadas y carreras remolcadas, con ser el mejor. Junto a otros negros hizo suya la pasión. Crecía y se perfeccionaba aferrado a la emoción del monstruo verde. Con alma de guerrero dominó la técnica, desarrolló la paciencia en el plato, la habilidad de hacer contacto y ser héroe remolcador. Igual hacía en la defensa, con buenas manos para manejar los tiros al fildear en el cuadro; su guante se hizo una leyenda y sus piernas rápidas y seguras demostraron día a día el coraje y el hechizo de su estirpe. Sus duendes dominaron el mundo citadino del neón.

Quinto Inning

Aquel día lograron alcanzar su primer triunfo amateur. La gente desfilaba y gritaba con frases memorables. Se sabían vencedores con su cielo plagado de estrellas, verdaderos guerreros llenos de coraje gananciosos de la clasificación. A corazón vivo brindaban por su legendario equipo. El entusiasmo era contagiante. Había bullicio en las casas, en los colmados, en las calles.

Alborotado y desafiante Chico se incorporó a la celebración. Lucía el uniforme esmeralda en su anatomía y movía con fuerza una bandera al viento; sentía con él a su negra Chica y era como cuando cruzaba sus manos sobre su nuca acercándola a su cuerpo y confundiéndose con su respiración, gritándole con orgullo su otra canción: “…soy rumba, furia africana/ desde el vientre hasta mi cuello/ desde mi sangre al sudor…” Inclinaba el cuerpo con gracia y con las palmas de las manos marcaba la cadencia; ejecutando difíciles giros, armonizando cuerpo y música a los movimientos de su hembra. Aquello era dicha para él y se enorgullecía de que los negros fueran los únicos machos que tuvieran el misterioso encanto del tumba′o.

Su espíritu descargaba adrenalina. Se llenaba de fervor, tocaba, bailaba como si un fantasma le produjera esa intensa e incontrolable pasión al bailar o jugar. Chico encendía luz, gozo, alegría, construía espacios nuevos de libertad que le extendían su fiesta hasta la madrugada.

“…¡Ay mamá!, ¡ay papá!

nama quiero ser un bate

pa tu fambeco parao

bate padar extra base

a ritmo karayanao

ololé, ololá

un bate grande palo fambeco parao

si se ha muerto tu mari′o

enterito aquí e′toi yo

con mi bate jonronero

aunque el otro lo dudó…”

El sol se había establecido. Era sábado y en las primeras horas de la mañana, quizás persiguiendo un sueño, había emprendido viaje a la ciudad. En su espalda llevaba un bulto especie de mochila con chiringas y volantines recién construidos y en el ancho bolsillo del pantalón dos bolas de béisbol. Todo para la venta en el mercado. Fue en el camino a la ciudad. –“Escucha, cocolo, por qué no te animas y vienes con nosotros”.

La banda de vagos lo había provocado a un desafío. ¿Apostaría las chiringas y las bolas? Su espíritu forjado en la competición lo hizo aceptar. Tenía que buscar de cualquier forma la plata. Debió jugar con apetito animal, con la sabiduría con que jugaba su padre en la gallera. Pero al apostar lo perdió todo. Hasta la cordura. Y emboscado por las sombras de un silencio repulsivo sintió apabullado el espíritu. Dejó de soñar y en su nuevo estado anímico se generó una imprevista apatía. Desde aquella tarde desapareció. Lo vieron subir a uno de los autobuses que viajaban a la capital acompañando a Lilí, el zapatero beodo especialista en reparar guantes.

La gente que le quería se llenó de incertidumbre. Chico era un buen prospecto y él lo sabía. La raza de los viejos tambores, de donde provenía, mantuvo sus lámparas encendidas, la verdad ceñida a sus lomos. La negra Chica pedía al padre celestial que se lo retornara. Sencillamente había desaparecido generando rumores. Afirmaron que Obatalá había descargado en él alguna sanción. Cuando todos se resignaban la población fue sorprendida por Alejandrina la etaira. Lo veía todas las noches en los cabarets capitalinos hasta entrada la madrugada. La última vez fue en el “Nuevo Amanecer” y había pasado la noche con ella; exteriorizando sus resentimientos y evidente frustración. Alejandrina lo conocía y pensó que tal vez había sido víctima de algún sortilegio.

Sexto inning

En efecto, Chico andaba constantemente embriagado, perseguido por fantasías y oscuros pensamientos. En ocasiones estaba delirante y arrastraba su magullado rostro sobre gravas, polvo y escombros. Otras veces creía escuchar disparos sobre su cabeza deslizándose, escabulléndose hasta alcanzar un lugar seguro en su antigua aldea, con sus calles de rieles y su logia de respetados odfelos. En sus desvaríos se veía integrado en los entrenamientos en el play del Ingenio donde fortalecía su ánimo ingiriendo galletas de jengibre, yaniqueque, quimbombó, domplín y elíxir de guababerry.

Un olor especial penetraba su alma alucinada. “Me huele a funyé con yambó”. Era el olor de su plato preferido mezcla extraña de molondrón con bacalao que percibía como antesala de un nuevo momento mítico. Fue cuando escuchó la clara voz de Orisha rey de los negros.

Séptimo inning

Lo había imbuido de la alegría que lleva el negro por dentro. “No dejes apagar la llama”, le dijo, ordenándole no hacer más el ridículo, abandonar aquella debilidad de otros dioses que no eran los suyos. “Estremece el árbol –le repitió–, vuelve a soñar que quien no sueña no vive”. Con la boca seca tragó una saliva desgastada, metálica como ceniza. Fue en ese instante que recordó el consejo del Rey Congo: “Aléjate de los efectos sutiles del Ingenio”.

Le ordenaron regresar a su pueblo vestido con falda de rafia. Realizar el rito del enfrentamiento invocando el espíritu de sus ancestros. Ellos le darían poder. Ser superior con el madero sagrado bendecido por Osaín. Chico asimiló la experiencia con un despertar de su impulsividad desbordada de embullo y animación. Pasó revista a sus recuerdos. “Si montas el elefante no te molestará el rocío”, le recordó una voz familiar. Era una frase africana que conocía desde niño como salida ahora del propio ingenio.

Octavo inning

Estando en el dogout se llenaba de gozo al ver cómo se estremecían los palcos y las graderías del Estadio. Recordaba con nostalgia los años en que despojaba su corazón de hule para envolverlo en hilo de nylon hasta lograr darle una redonda forma de siete centímetros. Fabricaba sus pelotas forrándolas con esparadrapo que para él eran las famosas “Spalding” o “Wilson” laminadas en cuero o piel de cabra de la liga profesional. Sumido estaba en estos pensamientos cuando oyó la voz del árbitro cantar el “strike cantado” del ponche.

Noveno inning

Pasaba a la historia del béisbol como el primer ponchado en aquel moderno estadio. Continuó parado en el home, inmóvil, como envuelto en un sopor. Vagones de caña quemada se desparramaron sobre su gozo y lo abatieron agriando los cantos de su memoria. Las voces retornaron. “Prende tu alma de guerrero al corazón”, le susurraron.

Extra inning

Asistió confiado al momento de la realización fantástica; representaba al equipo oriental y bateaba en extra-inning; el juego empatado a una. Tetelo fue golpeado con la bola y enviado a primera; entonces vino la línea contundente que rebotó en los 411 con su doblete impulsador que llevó a Tetelo al home. Y el play se vino abajo.

Aquel día fue declarado “Día verde de karakaneo y béisbol”. Los tambores retumbaron. Chico y su equipo se confundieron en un abrazo interminable. Con leños secos construyeron una antorcha que levantaron en señal de victoria y recorrieron con ella todo el campo de juego. Los espíritus maléficos y las debilidades del pasado habían desaparecido. La voluntad silenciosa de batey en tiempo muerto era cosa superada. Chico sostenía firme la tea entre sus manos. Veía consumirse el cepo, la rústica trampa para cazar animales.

ZOMBI

Cuento

José E. Méndez Díaz

Todos los episodios trascendentes de su vida estaban marcados por acontecimientos extraños: aquel día mientras asistía a su acostumbrada jornada de pesca, recibió de un pez, una punzada mordaz en la punta de los dedos, la cual provocó un ardoroso estado febril e inflamación de su mano derecha.

La rascazón fue en aumento tornando su piel amoratada, haciéndose para el insoportable.
Una parálisis periférica creciente fue adueñándose súbitamente de su cuerpo.
La tetradoxina, el veneno paralizante penetró, recorriendo su torrente sanguíneo, desencadenado un incontrolable estado de muerte física aparente.

Ella dormía como siempre, sin alcanzar la supresión total de los sentidos. Oía sin escuchar. Sin prestar atención dormía en ese estado especial de inconciencia con el que duermen por costumbres las rameras, ante el temor de no dejar ir al cliente sin cobrarle.

La voz desesperada traspasó el aposento, donde fláccida, con palidez cadavérica ella estaba suspendida, agotada, luego de una intensa jornada de comercio carnal.

Súbitamente espantó, despertando perturbada, asustada, haciéndose poner en guardia.
La ignorancia buscaba la salvación.

Días después, cuando logró alcanzar un disminuido extraño estado de conciencia, apenas alcanzaba a distinguir entre siluetas, muñecas de tela y arcillas, clavadas, y a su lado la figura de aquella mujer , aplicando como ungüento, el agua de aseo turbio de su vulva.

Todos comentaban el milagro de haberlo devuelto a la vida bajo el encanto o posesión.
Desde entonces actuaría como muerto en vida, bajo las ordenes y deseos de ella.

Esta mujer huesuda, de pocas carnes, cuyo único encanto parecía ser la montañuela de su pubis, con su envoltorio de hebras negras, controló y despertó la poca capacidad de imaginación de este zombi, quien al escuchar por meses al lado de sus oídos el silbido de su orina al deslizar sus carnosos apretados labios, construyó inconsciente las ideas mejores elaboradas de ayuntamiento carnal.

Ella fue durante años, de este difunto, probeta y matraz de sus excreciones seminales, proporcionándole estimulantes placeres corporales.

Cuentan que un día despertó y desde entonces pudo superar el hechizo.

Llegó a ser alguacil, actuando en consonancia su conducta rígida y áspera, la cual estallaba en su cara de permanente muecas de aburrición.

La aplicación del puesto de oficial de justicia del tribunal superior, incrementó en el un lenguaje ofensivo, cortante y una actitud irreductible en su opinión.

Era incapaz de soñar y tener esperanzas, un ser frío y distanciado como los polos, de carácter mental sicorrigido.

Apenas perturbaba su ánimo ante la voluntad incontrolable de correspondencia sexual, entonces era capaz de tener imaginación y con ella horadar los atuendos de cualquier mujer, hasta llegar a la desnudez con su pensamiento.

Cuentan que un día cansado de su aburrimiento optó por el encantamiento, buscó aquella extraña mujer la cual aprendió a dominar su resentimiento y disgusto eterno, aprendió a amar su mal genio.

Prefirió ser un zombi de su sexo.

BALETOÑO


CUENTO

José E. Méndez Díaz

El Baletoño preparaba esta noche el suculento sancocho de carnes negras, con el cual acostumbraba celebrar episodios importantes de su vida: Contraía matrimonio con Jobina, mujer oblonga, pelicorto, de voz ronca apagada, quien guardaba en pecho dos pasmadas atrofiadas mamarias.

Esta noche el Baletoño se deleitaba contando a su nueva compañera de infortunio, historias de su vida relacionadas con su capacidad de curar gentes:

-Del Té de tallo de Guasuma, yo preparo un mucilago que cura en horas la Gonorrea. No hay antibiótico más fuerte que este, con decirte que a los 18 años un cuero me cortó y después de andar todos los médicos del pueblo, ya desahuciado, un boticario me preparó un pomo, y cruz y raya, hasta el día de hoy sano y salvo.

Jobina la desgarbada esposa de Baletoño, disfrutaba cada episodio del protagonismo que narraba; se sentía importante al haber conquistado este pintoresco personaje, quien de por años cargaba en sus sudadas espaldas todas las carnes de animales sacrificados en el matadero, hasta el camión del ayuntamiento municipal, que las conducía al mercado publico.

-Escúchame ternura, hay hombres que se mueren con el cerebro enterizo porque nunca lo usaron, yo no, yo a veces lo uso. Yo he curado Tísicos, Leprosos y Cancerosos; yo se curar los rampanos; y no hay medicina más buena para los golondrinos que un cataplasma que se prepara a base de Bejucocaro. Así disfrutaba Jobina, aprendiendo de la Sabiduría natual del Baletoño.

Durante tres días consecutivos, los perros de la ciudad no recibieron la acostumbrada ración de pitrafas de carnes, que a diario el Bale cargaba en cantinas sobre sus espaldas. Durante estos tres días los niños disfrutaron sin ser asustados por la figura horrible del Bale que buscaba los niños que no comían bien o desobedecían a sus padres.

Este domingo era especial para Baletoño, hoy dejaba sus harapos y estrenaba flux impecable, no llevaba mugre ni el clásico mal oliente atuendo roto, ni cargaba las cantinas repletas de sebos y desechos de carne de vaca, que vendía para los perros.

Ya hacían más de doce años que el sastre, Reynaldo le había donado un traje blanco y desde entonces lo guardaba sin deterioro, inmaculadamente blanco, para usarlo cada año en cada celebración del día de resurrección de la semana santa.

Ebrio de alcohol, exclamaba

-!Hoy tengo que quemar al Judas, lo tengo que quemar por traicionero!.

El tumulto alborotaba con estridentes gritos, dejando levantar sus puños cerrados, en señal de apoyo al Baletoño.

-IMuerte, Muerte, por traidor.!

Adentro, en la iglesia, con la solemnidad de la misa, el coro entonaba el Aleluya, mientras impacientes los feligreses contaban cada minuto en espera de la media noche, con lo repiques de campanas, que anunciaban la resurrección de Jesucristo y por consiguiente daba autorización a las masas para la quema del Judas.

El Bale entusiasmado dirigió las turbas hasta las puertas de la iglesia, y sin demora exclamó en voz alta:

-!Si Cristo quiere vence al demonio…, yo se porque no lo hace!

-Yo era músico de acordeón y parrandeaba todas las noches, y cuando más tragos tomaba, mejor entonaba el acordeón, pero un día descubrí que era el demonio el que se apoderaba de mi cuando tocaba, y en ese momento como por arte de magia el acordeón tocaba a ritmo de jaleo, encendiendo la fiesta, y no podía dejar de tocar y beber, tocaba y tomaba hasta perder el sentido. Entonces era el demonio a través de mi el que dirigía la fiesta. La multitud guardaba silencio al escuchar el testimonio del Baletoño, quien con su poder de convencimiento, atraía los fieles congregados en la puerta de la iglesia.

-Les digo que Jesucristo puede vencer al demonio, porque yo se lo pedí en oración, le pedí que sacara el demonio de mi acordeón y lo hizo. Desde entonces solo toco cantos religiosos con mi acordeón.

La multitud aplaudía el discurso del Bale, entusiasmado levantó el brazo de su frágil mujer y expresó:

-Ahora mismo voy a tocar con mi acordeón una melodía cristiana en honor a mi esposa Jobina.

Marcando el ritmo, el Baletoño dejó escuchar un suave, pero acompasado ritmo, al cual la multitud siguió con su canto

-'la paz este con nosotros, la paz este con nosotros"

Todos cantaban regocijado por la paz espiritual que les trasmitía esta celestial música religiosa.

Parecía un coro experimentado de voces y ritmo, pero en verdad eran las notas del acordeón del Baletoño y las voces de cientos de ebrios fanáticos religiosos, esperando la quema del Judas, este domingo de resurrección.

De manera inexplicable, el sonido del acordeón del Baletoño subió de tono y ritmo, convirtiéndose de forma involuntaria en un acompasado merengue de tierra adentro, con jaleos y compases de fiestas.

La multitud de momento olvidó el carácter cristiano del día de resurrección, integrándose a bailar el contagioso ritmo al momento de exclamar Baletoño:

-!Ahora de nuevo soy un Baledón!

Este fue el día en que el Baledón picó el acordeón

Pasión Y Muerte de Un Dios Montaraz

Pasión Y Muerte de Un Dios Montaraz

Cuento

José Enrique Méndez Díaz

Fue saboreando un rico asado de cerdo, que escuchó por primera vez la palabra cimarrón.

Descubrir el protagonismo de esclavos negros alzados e indios, en procura de una etnia de hombres libres, le llevó a asociar a este negro servidor de misterios con posibles movimientos de liberación.

La soberbia nubló su visión, la sangre golpeó con fuerzas, endurecían sus nervios, sus ideas, sus juicios.

Reunidos en la casa del poder, el gobernador militar del ejercito de ocupación, reclamaba a la iglesia y a los caudillos locales, mayor cooperación para poner fin a los cientos de fanáticos religiosos que buscaban consuelo a sus desventuras en los brazos de su guía espiritual,..

Eran días tormentosos, de grises sombras, días en que en el pueblo algunos se atrevían a hablar de derecho de vivir y comer.

Los menesterosos, no conformes con sus herencias llenaban de soberbias sus esperanzas y atreviéndose a dudar, dejaban de ser humildes y bondadosos, querían ser tomados en consideración.

Los sermones religiosos en latín, los cánticos religiosos con poesías y fantasías literarias, alejadas de la realidad de sus vidas, las misas dominicales ofrecidas de espaldas, sin ver el sufrimiento de cada rostro, alejaban a los pobres creyentes del sacerdote y las iglesias y los acercaban a otro altar de hombres sencillos, con misterios, toques de palos, bebidas, salves y grandes poderes de sanación.

El maestro de multitudes, el hombre de la magia, de las predicciones y curaciones, recibía el endoso de estas frustraciones colectivas, haciendo suyos sus sueños y esperanzas. El entusiasmo por un, la necesidad permanente como ensoñación, de cambiar la precaria condición de vida del hombre sencillo, pobre y sufrido, los volcaba a la actitud emocional de búsqueda de milagros, de fantasías escapistas de sanación, fortuna o amor.

Aquel mulato campesino, de ojos grandes y labios gruesos de origen africano, era el catalizador de la energía psíquica de aquellos milagros irracionales. Desarrolló una imagen de padre espiritual lleno de solidaridad y bondad hacia los pobres y con lenguaje llano, explicaba que los Dioses no controlaban YA por completo el mundo, razón por la cual habían delegado en él, la misión de conducirlos por un nuevo camino de salvación.

Los jugadores de gallos, los campesinos, los fabricantes de serones, los vendedores de velas, bombones, tortillas, bobotes y pan, los pregoneros de comidas, los zapateros, los vendedores de santos, borrachos, limpiabotas, carretilleros y toda la masa humana humilde, enferma, amargada, ignorada, accedió al concierto de esperanzas.

El empeño del ejército de ocupación y de la iglesia en desarmar el hechizo de la imagen creciente de modelo de hombre profético , apuntaban a una crisis publica.

Fueron verdaderos días de contiendas por el poder de la localidad.

Los lirios azules silvestres, recientes, las florecillas blancas y moradas anunciaban la llegada de una nueva estación.

Su cuerpo pegajoso y salado, iniciaba una nueva ligera humedad que no alcanzaba aun a deslizar como gota de sudor.

En plena Cordillera Central, aquella noche, al final de una ruta sagrada se escuchaba la lírica de una melodía breve, cantada sobre una misma clave:

“Yo soy el poder viejo e’ la montaña, si vienes al bebedero baja y bebe….”

Parecían invocar los encantos y poderes de las fuerzas secretas de la naturaleza.

En su Maniel, entorno al pozo de curación de su agüita bendita, el Maestro, celebraba aquella noche sus acostumbradas ceremonias de iniciación, bautizos, matrimonios e invocaciones.

Reunidos, con devoción, la hermandad recordaba como el nuevo Mesías adquirió sus poderes de sanación.

-Durante la tormenta le vi atravesar la parcela de Yuca, se internó por el trillo que conduce al arroyo, lo vi sumergirse y desaparecer.

-Durante trece días, los pescadores de Jaiba, buscaron su cadáver sin encontrarlo.

-Durante estos días, no dejó de llover, jamás salió el sol, los puercos cimarrones bajaron desde la cordillera, un brote de disentería enfermó a la población que bebió de los ríos.

-Solo su agua permaneció sana y cristalina. Entonces apareció y nos dijo:

-“Me ausenté por un tiempo, pero nunca más los abandonaré”.

De momento, el maestro enmudeció, palideció, experimentó por vez primera temor y su garganta inició un proceso involuntario de tragar, las partes laterales de su cuello se endurecieron, sintió que las cavidades del pecho se les desprendían desde su medula espinal, su cerebro accesó alguna información trágica.

Respiró profundo, reteniendo por segundos el aire en sus pulmones y con fortalezas de espíritu alcanzó a expresar:

-“Esta vez las palomas no escaparán de las manos del cazador”.

A la hora de mayor conticinio las fuerzas concitadas violaron las montañas paridas de chicharras.

El ruido desgarrador de las balas, rompieron el silencio.

Le volaron el cerebro, justo en frente de mí.

17 impactos de balas en su cuerpo.

El maestro y sus discípulos no pudieron escapar de las manos de las tropas. Tropas de un nuevo ejército, con nuevos trajes amarillo, asistieron al asalto devorador en contra de los necesitados del alma , de las ganas, y las hambres.

Sangre, muerte, desvanecimiento.

Fue el fin del Dios de pobres.

El gobernador del ejército, los desgastados caudillos locales, el purpurado de la iglesia, con Cirios, Atril y nuevo Conopeo, reinauguraron su suntuosa nueva catedral.

Nunca más las iglesias ofrecieron misas en latín.

Desde entonces, en cada templo religioso, al final de cada predica, se escuchan oraciones expresar:

“Os envío como ovejas en medio de lobos, sed pues prudente como serpientes y sencillos como palomas”.

En la región, años más tarde, un nuevo obispo no descansa construyendo en todas las secciones, municipios y parajes, pozos, letrinas, acueductos y caminos vecinales. De manera incansable recorre cada espacio de su geografía regional.

Pero cuentan que aún el gran ministro se deleita con voces celestiales, de Tiple, contralto y bajo, con su coro de mil matices que regocijan su alma atormentada.

En plena cordillera Central, cada noche una lluvia de Luciérnagas iluminan con su vuelo un camino que conduce hacia Liborio.

A manera de Trueno a veces rugen las montañas y algunos dicen escuchar una voz grave, imponente que les dice:

¡Levántate pendejo!, No vees que El Maestro no a muerto na’¡